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7 abr 2008

Dispárenle al mono (2002)

El pobre Ripley estaba agotado. Horas de viaje en la bodega de un avión y al llegar a tierra se encontró en medio de África.
-No te preocupes Ripley, que ahora comienza la diversión.
Chesterton era un hombre que había probado todos los vértigos, todas las sensaciones y había recorrido el mundo en busca de aventuras.
Esta vez, con un pequeño arreglo de dinero, logró sacar a Ripley de una cárcel de alta seguridad de Inglaterra.
- Bien, señor asesino de niños, a caminar.
Las horas pasaron, el calor sofocante los consumía y Ripley, el pobre Ripley hacía horas que no tomaba una gota de agua.
Llegaron a la montaña y se instalaron cerca del territorio de los gorilas de montaña.
- Anderson, dale comida y agua al asesino y dile que la carrera comienza en una hora.
Anderson, un pobre mequetrefe ambicioso y lameculos, le dio de comer a Ripley y lo lanzó a la selva sin armas, sin machete, sin anda, así, casi como Dios lo había mandado al mundo y le sugirió ásperamente que comenzara a correr y que, si por casualidad, se encontraba con un gorila se tirara al piso y se quedara quieto si no quería morir en manos de una bestia del tamaño de una montaña.

Ripley comenzó a moverse, se movió durante toda la noche aunque su cuerpo le pedía descanso. El amanecer trajo lluvia y hambre a su estómago pero siguió en movimiento.
Un gorila hembra se atravesó en su camino y el asesino se tiró al piso y se mantuvo quieto, el simio lo ignoró.

- ¡¡Ripley!!!- se escuchaban los gritos de Chesterton

“Pum” “Pum” “Pum”

- ¡Vamos! Anderson, Castro, Shnneider, ¡dispárenle al mono!

Ripley se deslizó por la jungla y su rastro fue hallado por los cazadores.
Nunca se supo nada más de él, pero en las noticias de los periódicos africanos, los titulares hablaban de una matanza de gorilas de montaña.



© 2002 -Verónica Curutchet